Camarón de la Isla es un nombre imprescindible para comprender el cante jondo de la segunda mitad del siglo XX. Se le considera uno de los mejores cantaores de flamenco de todos los tiempos y, en opinión de muchos, un revolucionario del cante que contribuyó, junto a Enrique Morente, al renacer de un género que atravesaba una grave crisis, transformándolo desde dentro, aunque respetando sus esencias más genuinas. Su figura, que ha traspasado las fronteras del flamenco, así como su temprana muerte y las muestras de su arte que han quedado grabadas han propiciado la creación de una leyenda alrededor de su persona que se ha extendido por todo el mundo.
En 1968 inició una ampliación y renovación de su lenguaje musical y a partir de 1979 intensificó sus esfuerzos por hacer del arte flamenco un género más asequible para el público en general. Pese a las críticas de los más puristas, Camarón opinaba que no tenía sentido cantar algo que ya habían hecho otros «como un disco» si no le podía dar algo de sí mismo, que es lo que él hacía. Su disco La leyenda del tiempo es, de entre sus diecinueve magníficos LP’s, el más destacable por la gran innovación que supuso su aparición en el cante jondo.
Nacido en San Fernando, provincia de Cádiz, en 1952, José Monje Cruz fue el séptimo de los ocho hijos de un herrero gitano, Luis Monje, que murió siendo él un niño, y de una canastera, Juana. Su apodo, “Camarón”, le vino dado de la mano de un tío suyo, quien pensaba que su cabello rubio y su piel clara no encajaba con el estereotipo de un muchacho calé. Sintió desde niño la afición por el mundo de los toros, e incluso intentó iniciarse en el Arte de Cúchares, pero vio que no era lo suyo y se inclinó por el cante, algo habitual en su familia (su padre entonaba bien), donde se veneraban figuras como La Perla de Cádiz o El Chaqueta.
De hecho, se le consideró un niño prodigio, ya que su cante causaba la admiración de todo aquel que le escuchara. Con siete años cantaba en los trenes y autocares que iban de la isla de San Fernando a Chiclana o Jerez, junto a su compañero Rancapino, y sus dotes flamencas se afianzaron en las innumerables fiestas flamencas que su familia solía preparar. Su paso por las escuelas fue muy breve, pues muy pronto comenzó a trabajar en la herrería de su padre, a la vez que cantaba para ganar algún dinero con el que contribuir a la exigua economía familiar.
Uno de los locales que más frecuentó fue la Venta Vargas, donde Manolo Caracol, reputado genio del cante, reconoció su talento, e incluso le animó para que se presentara, en 1962, al concurso de cante flamenco del Festival de Montilla, el cual ganó, con lo que se inició su vida como cantante profesional, dejando definitivamente atrás su infancia. De hecho, su madre falsificó un papel, mintiendo en su edad, para que pudiera desplazarse a la Feria de Sevilla de 1963 cuando tenía tan sólo doce años; allí fue escuchado y alabado por el mismísimo Antonio Mairena. Su fama, a pesar de la edad, era ya incuestionable.
Trabajó por toda Andalucía, sobre todo en Cádiz y en la Taberna Gitana de Málaga, y participó en uno de los eventos más importantes del universo flamenco, el Festival de Mairena. Cuando contaba sólo con dieciséis años, la compañía de Miguel de los Reyes le llevó a Madrid, donde durante mucho tiempo estuvo contratado en un tablao llamado Torres Bermejas. Muchas noches, de madrugada, Camarón continuaba cantando en El Palomar, una antigua venta en las afueras de Madrid, dedicado, pues, en cuerpo y alma a su profesión. Su fama se acrecentó, por lo que de los tablaos pasó a los festivales, donde su arte pudo ser mejor apreciado por sus seguidores, que ya comenzaban a formar legión.
Sería en Madrid donde conociera al algecireño Paco de Lucía, con quien compartiera una buena parte de su carrera artística, grabando un total de ocho discos de larga duración entre 1968 y 1977. Con él grabaría su primer elepé, Al verte las flores lloran, en 1968, un trabajo que marca la tónica de sus primeras grabaciones, en las que Camarón pone su máximo empeño en seguir la tradición del cante clásico más ortodoxo, muy respetuoso con la tradición.
No obstante, su espíritu inquieto y su amistad con los jóvenes valores gitanos de la época hicieron que buscara otros horizontes para su arte. Precisamente, sería en 1979 cuando realizara la primera grabación sin Paco de Lucía, La leyenda del tiempo, obra clave para entender el particular universo creativo de Camarón. El disco, el primero que grabara con su amigo Tomatito a la guitarra, fue una auténtica revolución en el mundo del cante, y la primera toma de contacto con el particular calvario que Camarón hubo de sufrir durante el resto de su carrera por las voces críticas que le censuraban que había “traicionado” la ortodoxia y la tradición que tan ponderada había sido antaño por parte de sus mentores. Se cuenta que hubo seguidores que, tras escuchar el disco, acudían a las tiendas para devolverlo porque “ése no era Camarón”.
La grabación, producida por Ricardo Pachón, quien ya apostara por artistas tan transgresores como los hermanos Amador (Pata Negra) o Kiko Veneno, se alejaba, bien es cierto, de la ortodoxia de guitarra, palmas y coros para introducir elementos lejanos a los palos clásicos del cante, con concesiones al rock, el jazz y las tradiciones orientales, aunque no dejara de ser un producto netamente flamenco.
El disco incluyó instrumentos hasta ese momento desconocidos en un disco de cantaores: bajo, batería, percusión, piano Fender, teclados, guitarra eléctrica, cítara… (andando el tiempo se atrevió incluso con toda una orquesta de cuerda, la Royal Philarmonic Orchestra, en su elepé Soy gitano, de 1989), aunque Camarón canta en él con el mismo sentimiento que en sus trabajos anteriores. El de San Fernando tenía la idea de acercar el cante a un público poco acostumbrado al flamenco convencional, introduciendo instrumentaciones e innovaciones estilísticas que sonaran “mejor” para el público joven, con la intención de que fuera un arte más creativo.
Son famosas, en este sentido, las ideas que expresara en una entrevista: «El flamenco está hecho, pero sobre lo hecho se puede seguir creando sin engañar, sin mistificar. ¿Por qué tenemos que hacer todos la soleá exactamente igual, como si fuéramos un disco? Si yo puedo añadirle algo propio, enriquecerla, sin desvirtuar lo que es el cante por soleá, ¿por qué no voy a hacerlo?». El cambio experimentado fue tan profundo que incluso cambió su imagen; abandonó, así, el soniquete “De la Isla” en su nombre, presentó su disco con una portada diferente a las anteriores, más “moderna”, y lució una barba que ya le acompañó para siempre.
A pesar del significado y la enorme influencia que tuvo este disco, el esmero con que fue grabado y las expectativas que despertó entre sus creadores, fue un fracaso total de ventas (apenas se llegaron a las seis mil copias). Aún así, el disco supuso un cambio radical en la escena flamenca; sin saberlo, Camarón abrió una puerta que revolucionó el arte desde dentro y que dio pie al movimiento de “los jóvenes flamencos” (a él le gustaba llamarlo “flamenco rock gitano”), que tantos frutos ha dado y que tantas opciones ha concedido al mestizaje musical entre diversas culturas y modos de entender la música gitana. No fue extraño que Camarón iniciara otras colaboraciones con artistas alejados del flamenco, como los interpretes de jazz Jorge Pardo o Charles Benevent, e
incluso existen algunas grabaciones en las que hace incursiones en el rock, como en algunas del grupo Alameda o incluso en solitario.
A partir de ese momento Camarón presentó dos caras: una más comercial, la que ofrecía en sus grabaciones, que poco a poco iban siendo conocidas en gran parte del mundo; y otra más gitana y sobria, la de sus actuaciones en directo. Así, mientras sus discos eran consumidos por un público más abierto y heterodoxo, sus apariciones en los festivales se convertían en auténticas fiestas en las que el público, en su mayoría gitano, asistía con auténtica devoción y fervor casi místico.
El fenómeno fue en aumento, y en aquellos festivales donde aparecía, como en el prestigioso Cante de las Minas de la Unión de 1983, sus seguidores, que eran ya multitud, asistían embobados al espectáculo de un Camarón entregado hasta la extenuación en su cante, aunque una vez acabada su actuación (generalmente terminada con un delirio de aplausos y vítores, y un cantaor abandonando el escenario en plena catarsis), los espectadores se iban ruidosamente de la sala, sin respetar al siguiente artista. Nunca en la historia del cante se habían dado tales manifestaciones masivas, y ése era un argumento incontestable para los que criticaban su arte (la mayoría del público era gitano, cuyo instinto musical es, a la postre, el juez final y supremo del flamenco); fue, en definitiva, un fenómeno social que, no obstante, no enturbió la enorme calidad artística de su carrera.
Fue también la época en la que Camarón comenzó a notar los efectos del consumo de drogas. El cantaor, de hecho, soportó su adicción hasta que tuvo que someterse, a finales de la década de los ochenta, a una cura de desintoxicación por el consumo habitual de cocaína y heroína (aunque nunca lo hizo por vía intravenosa).
A este hecho se sumó el grave accidente de tráfico que sufriera el 17 de octubre de 1986 (resultó gravemente herido al chocar su vehículo frontalmente con otros dos turismos, cuyos conductores murieron en el acto), por el que fue condenado a un año de prisión menor por un delito de imprudencia temeraria (aunque no fue encarcelado, ya que no tenía antecedentes) y su detención, el 27 de agosto de 1988 en San Fernando, por insultar e intentar agredir a un agente municipal que le recriminó el mal estacionamiento de su vehículo (fue encarcelado por espacio de dos días). Todo ello contribuyó a crear una “leyenda negra” alrededor de su persona, lo que ocasionó que surgieran rumores y comentarios malintencionados que llegaron incluso a propagar la falacia de que el cantaor había contraído el sida.
En 1989, entre marzo y septiembre, grabó en Sevilla y en Londres el disco Soy gitano, en el que colaboraron la Royal Philarmonic Orchestra y Ana Belén (cantando a dúo una canción compuesta por Juan Luis Guerra, «Amor de conuco»). Cuando grababa un nuevo disco con Paco de Lucía, en septiembre de 1991, su representante durante 20 años y que sólo contrataba sus recitales, Jesús Antonio Pulpón, anunció que Camarón actuaría en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Barcelona, pero meses después, en febrero de 1992, la organización lo excluyó de dicha ceremonia, si bien incluyó dos actuaciones suyas ese verano dentro del Festival de las Artes de la Olimpiada Cultural (las cuales nunca llegaron a producirse).
Su última actuación pública tuvo lugar el 26 de enero de 1992, en el colegio mayor San Juan Evangelista de Madrid. A finales de marzo de ese mismo año viajó hasta Barcelona para grabar un vídeo de promoción del Pabellón Español en la Expo 92 de Sevilla, y aprovechó este viaje para someterse a unas pruebas por una afección pulmonar, por lo que permaneció ingresado cinco días en la clínica Quirón.
Pese a mantenerse en un principio en secreto el resultado de las pruebas médicas, el 8 de abril fue trasladado a la clínica Mayo de Rochester (Minnesota), para someterse a mayores pruebas ante un posible diagnóstico de cáncer de pulmón. A principios de mayo de 1992 regresó a España para continuar con un tratamiento de reposo, que duró tres meses.
El 12 de mayo de 1992 anunció la publicación del que sería su último disco, Potro de rabia y miel, en colaboración con Paco de Lucía, que además de tocar dirigió y realizó la producción del disco, y de Miquel Barceló, que realizó el dibujo que sirvió de portada. Para la VII Bienal de Arte Flamenco de Sevilla, que se iba a celebrar en el mes de septiembre de 1992, estaba previsto que el espectáculo inaugural fuera una mezcla de cante y toreo, que iba a correr a cargo de Camarón y Curro Romero en La Maestranza.
Sin embargo, la muerte sorprendió al cantaor cuando, tras acudir al Hospital Germans Trias i Pujol de Badalona, la grave afección pulmonar que padecía pudo con él. Camarón fue un fumador empedernido, y aunque había abandonado la cocaína y la heroína hacía cuatro años, no pudo contener su impulso de fumar hasta sesenta cigarrillos diarios, lo que fue, sin lugar a dudas, el principal causante de su temprana muerte. Su sepelio fue multitudinario; se calcula que cincuenta mil personas se dieron cita en el cementerio de su ciudad natal, donde sus restos fueron enterrados en un mausoleo. El artista estaba casado con quien fuera su compañera de toda la vida, Dolores Montoya, conocida con el cariñoso apelativo de “Chispa”, con quien tuvo cuatro hijos, Luis, Gema, Rocío y José “Joseíyo”.
FUENTE: www.biografiasyvidas.com