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La historia del flamenco está llena de figuras que han grabado su personalidad en las diversas modalidades del toque, el cante y el baile. De entre todos ellos existe un grupo de élite caracterizado por reunir en sus biografías tres elementos que los elevaron por encima de sus compañeros en el arte flamenco: un tiempo histórico propicio, un espacio dotado de tradición flamenca y un talento imposible de imitar.

Manuel de Soto Loreto nació de un matrimonio gitano formado por su padre Juan de Soto Montero, matarife de Algeciras, y su madre la jerezana Tomasa Loreto Vargas, el 5 de diciembre de 1878 en el número 22 de la C/ Álamos en el barrio de San Miguel de Jerez de la Frontera.

Cuando Manuel Torre vino al mundo Jerez de la Frontera era una pequeña ciudad andaluza de finales del siglo XIX gobernada por una oligarquía agraria y densamente poblada por familias de jornaleros que vivían en una profunda miseria. La infancia de Manuel Torre se desarrolló por las calles del barrio de San Miguel sin más formación que la que obtuvo de su ambiente gitano y andaluz y alternando las tareas agrícolas con algún trabajo como pescadero.

En aquella época el flamenco se localizaba en tres espacios bien delimitados: las fiestas de la aristocracia jerezana, los cafés cantantes y las reuniones familiares en las que se daba el cante y el baile más puro. Manuel Torre pasó por estos tres escenarios del flamenco y escuchaba, aprendía, superaba la timidez propia de los genios y de vez en cuando, probaba el cante con su voz. Entonces se producía el efecto que había de provocar en todos los que tuvieron la fortuna de escuchar su inspiración: el duende. Poco a poco se fue extendiendo la fama de un pequeño gitano que vagabundeaba por los tabancos y cafés cantantes de Jerez y que tenía toda la tradición de lo jondo en el eco de su cante.

Fueron surgiendo los primeros trabajos en los cafés cantantes “La Vera-Cruz” y “La Primera”, cobrando 50 reales por noche. También se integró como cantaor en un cuadro flamenco que actuaba en Lebrija y Utrera. Actuaba con el nombre artístico de El niño de Jerez, aunque también se le conocía por el apodo de su familia El Torre, debido a su elevada estatura.

Busto a Manuel Torre

Su debut como cantaor profesional se produjo el 11 de octubre de 1902 en el Salón Filarmónico de Sevilla, para actuar posteriormente en el sevillano Teatro Novedades. En poco tiempo se convirtió en la nueva estrella del mundo del flamenco de Sevilla. Después de una serie de giras por Málaga, regresó a Sevilla para cantar en el Teatro O´Donnell en 1918. Manuel Torre fue capaz de hechizar a todo un auditorio que se estremecía al escuchar el sentimiento, el quejido roto que aquel hombre de altura descomunal expresaba con el instrumento musical más antiguo del mundo: su propia voz. A partir de aquel día comenzó a ser conocido como “el rey del cante gitano”. Se instaló definitivamente en Sevilla en la Alameda de Hércules, ganándose la vida con su cante en los cafés o en las fiestas que organizaba la clase alta sevillana de comienzos del siglo XX. Vivía con sencillez en una casa de vecinos de la C/ Amapola, rodeado

de galgos, gallos de pelea y coleccionando relojes de bolsillo a los que era muy aficionado. Tuvo siete hijos de dos relaciones diferentes: dos varones con María “la Gamba” y cinco hijas con María “la Coja”.

Apadrinado por Antonio Chacón, Manuel Torre entró en contacto con los poetas de la Generación del 27 y los principales intelectuales andaluces de comienzos del siglo XX: Manuel de Falla, Fernando Villalón, Rafael Alberti, Federico García Lorca, etc.

Manuel Torre con otros cantaores de la época, en la Venta de Eritaña (Sevilla)

Al comienzo de esta semblanza biográfica hablaba de los tres elementos propicios que convertían a un artista flamenco en un personaje destacado de la Historia. Manuel Torre vivió una de las etapas fundamentales de la evolución del flamenco, la transición desde el café cantante y la taberna a los teatros y las compañías; estuvo en la Sevilla de comienzos del siglo XX en un ambiente humilde en el que se respiraba flamenco día a día; por último la tercera cualidad: desplegó todo su talento cantaor llegando tanto al jornalero analfabeto como a García Lorca, convirtiéndose así en un intérprete flamenco universal. Precisamente García Lorca y Manuel de Falla llevaron a Manuel Torre como artista invitado al famoso Concurso de Cante Jondo de Granada en 1922.

Sobre el estilo y la técnica de Manuel Torre existieron multitud de testimonios de sus contemporáneos. En el Centro Andaluz de Flamenco de Jerez de la Frontera se conservan 26 grabaciones en discos de pizarra que recogen 51 cantes interpretados por Manuel Torre. Los palos registrados son siguiriyas, saetas, soleares, malagueñas, fandangos, bulerías, bulerías por soleá, cantiñas y coplas de campanilleros. Se tiene constancia de su buen dominio de las tonás, los romances y las carceleras, a pesar de no haber sido grabados. Su madurez artística coincidió con su plenitud de facultades entre 1909 y 1931 y los acompañantes al toque más habituales fueron Juan Gandullo Habichuela, Salvador Ballesteros, Manuel Barrull hijo y Javier Molina.

Los flamencólogos han reconocido en los cantes de Manuel Torre influencias de Enrique “el Mellizo”, el Viejo de la Isla, el Loli, Manuel Molina, Carito, Loco Mateo o Paco la Luz, entre otros. Se puede considerar que Manuel Torre conoció el arte interpretativo de todos los cantaores destacados de Jerez y de Cádiz de la segunda mitad del siglo XIX.

Resulta imposible encuadrarlo dentro de cualquier escuela porque cantaba tan anárquicamente como vivía. El elemento pasional guiaba siempre la interpretación de su cante al que imprimía una notable potencia armónica a pesar de ser un cantaor propenso a acortar los cantes. Destacó en la interpretación de la siguiriya y fue uno de los precursores de la transición de los tangos a los tientos-tangos por su técnica para acompasar rítmicamente el quejido y el desgarro.

Manuel Torre dio lugar a una escuela de seguidores que tuvo una especial continuidad en la zona de Jerez destacando en esta línea Antonio Núñez “Chocolate” y la saga de los Agujetas. Un día, mientras interpretaba un cante por siguiriya, Manuel Torre sufrió un vómito de sangre. Su amigo el torero Ignacio Sánchez Mejías, que más tarde fue llorado por García Lorca en un famoso poema, lo puso en manos de médicos que le diagnosticaron tuberculosis. Manuel de Soto Loreto, “Manuel Torre” murió en Sevilla en su casa de la C/ Amapola el 21 de julio de 1933 rodeado por el entorno humilde y andaluz en el que siempre vivó.

Placa de Manuel Torre en el Parque del flamenco de Fuente Palmera

FUENTE: REVISTAFLAMENCA.COM